¡YAUCO SABE A CAFÉ! EL ARTE DE SU PROCESO, DESDE EL CULTIVO HASTA COLADO, EN HACIENDA SANTA CLARA.9/5/2021
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Nostalgia del Paraíso: haciendas y centrales vistas desde una óptica antropológica distinta2/24/2019
Lo sagrado y lo religioso Durante tres años viajé con frecuencia dominical a la casa de quien ahora es mi esposa. Cada domingo, cercano al mediodía, salía de mi apartamento en Río Piedras con dirección hacia el barrio La Central en Canóvanas. La 65 de Infantería no se distingue por ser una carretera de gran atractivo para quien viaja con el interés de recrearse la vista. Desde el antiguo puente de piedra en el sector El Cinco (frente al Jardín Botánico de la UPR, en Río Piedras), hasta el magnífico puente sobre el Río Grande de Loíza, no había mucho que mirar salvo por una inmensa chimenea que se levantaba solitaria por sobre todos los almacenes del Parque Industrial Victoria, frente a la entrada al pueblo de Carolina. Llegar a esa intersección de la PR #3 era llegar a un punto de referencia necesario sin importar qué tan clara tuviese en mi mente la ruta que por tres años había recorrido. Ese espacio se había tornado en un estadio de afectos a tal punto que cobraba los visos de un ritual poblador de sentido para aquellas mañanas. La estructura, para muchos, simplemente era la chimenea de una antigua central azucarera que había cesado operaciones; pero para mí era signo de ir en la dirección correcta, era la mitad del camino, el círculo que cerraba, la reiteración de una promesa, la restauración de un pacto; era el centro. Así fue hasta que la mañana del domingo, 13 de noviembre del 2011, noté que algo no estaba bien; algo era incorrecto. Esa mañana el paisaje se percibía como un hueco en la memoria; como una película a la que se le ha quitado la música de fondo y de pronto perdiera el soporte que le servía de andamio. La chimenea había sido derribada el mediodía del sábado, 12 de noviembre, y con ella los últimos vestigios de un recinto que en otros tiempos remitía a los ciclos fértiles de la tierra, al olor de las mieles y a las humaredas elevadas como ofrenda al cielo por aquel industrial incensario. Con la caída de la chimenea de pronto entraba a una linealidad temporal que anulaba las posibilidades de aquella dominical vuelta renovadora. Su ausencia me asaltaba con la sensación de lo irremediable. El pacto quedaba quebrantado; la promesa rota. Evidentemente, un lazo se había creado entre la rutina de los domingos y aquella arquitectónica presencia. La extraña sensación permaneció por meses. Más bien, la impresión de lo inevitable comenzaba ahora a ocuparme en forma de la constante pregunta del porqué de tales afectos. Descubrí que se trataba de la chimenea de la antigua Central Victoria y que había sido originalmente fundada como la Hacienda Aurora, famosa por haber sido plasmada en lienzo a través del pincel de Francisco Oller. Supe que perteneció a la Sucesión de José Saldaña y luego a Manuel Saldaña; que posterior a marzo de 1887 pasó a moler cañas con el nombre de la Central Progreso, establecida por los Sres. Lamb & Co. bajo administración de Manuel J. Saldaña, quien había vendido 15 cuerdas de la antigua finca de la Hacienda Aurora para que en ellas se construyera la nueva fábrica. Al morir Saldaña, esta pasó a manos de Finley, Mayrn & Armstrong, un grupo de socios a los que luego los Hnos. Finley compran su parte para finalmente fundar la Central Victoria a partir de 1921. Así fue como di con la razón de un nombre cuyo origen se encuentra en el hecho de que, ya para finales de siglo XIX, la central había adquirido la totalidad de los terrenos de una hacienda llamada Victoria que contaba con 620 cuerdas. Y, aun así, toda esa información no alcanzaba explicar ni los afectos, ni los efectos; mucho menos la quiebra de sentido. Aquella historia, por decirlo así, no era mía. Hay en nosotros una necesidad primordial estrechamente ligada a nuestra condición humana, ligada a nuestra situación de ser y estar, a nuestra condición existencial: esa es la necesidad de historiarnos; ubicarnos en el mundo (y hasta cierto punto transcenderlo). Pero no cualquier mundo dado que no hay concepto viable de mundo en nosotros si no es atado al concepto de orden, es decir: ubicarnos en un mundo cosmizado. Entonces, algo mítico opera en el instante en que esa necesidad primordial se manifiesta y quedamos en medio de un estado de apertura al mundo. Todo se hace comunicante. El mundo natural entra en un proceso de ordenamiento significante del cual nos hacemos partícipes y tanto nuestra forma de actuar, así como la manera en que formamos parte de ese mundo, se ven transformadas. Participamos de una experiencia religiosa en el sentido más esencial de la palabra. Lo cotidiano pierde de pronto su carácter homogéneo quebrándose así una membrana contensora de sentidos sedimentados por la costumbre y la rutina. En palabras del rumano, Mircea Eliade, “para el hombre religioso el espacio no es homogéneo; presenta roturas, escisiones; hay porciones de espacio cualitativamente diferentes de las otras” (Lo sagrado, 25). Por otra parte, Eliade llama religioso a quien tiene este tipo de experiencias –con lo numinoso como lo designa Rudolf Otto–, dado que las maneras en que el mundo se le muestra y le es pertinente son experimentadas como tal: “como provocadas que son por la revelación de un aspecto de la potencia divina” (Lo sagrado, 17). Esa experiencia es el momento en que se revela aquello a lo que Eliade en su obra llamará lo sagrado. Así lo sagrado es aquello que, siendo propio de una experiencia, la excede haciéndose intransferible mediante conceptos. Se le nombra por analogía. Ahora bien, dicho como tal: en términos tales como lo sagrado y el hombre religioso, en este punto pudiera provocar a gran parte de quienes siguen la lectura a pensarse distantes, cuando no excluidos, de semejantes dinámicas o patrones de comportamiento generalmente atribuidos al hombre primitivo. Por otra parte, quien con más optimismo se acerque a este fenómeno dentro del occidente moderno, pudiera confundir lo religioso en cuanto forma de vida y visión de mundo con un cristianismo incipiente. Y aunque con justicia, igualmente justo y necesario se hace señalar la tendencia a un equívoco ya identificado por Rudolf Otto en su libro, Lo santo: Lo racional y lo irracional en la idea de Dios. Explica Otto que, para el cristianismo, solo “es posible la fe como convicción en conceptos claros, opuesta al mero sentimiento” (Lo santo, 10). De manera que, “sobre otras formas y grados de religión”, es muy característico del cristianismo mostrar un acervo de conceptos que usa en su lenguaje religioso, accesibles al pensamiento, al análisis y aun a la definición, así como su tono pedagógico en los sermones y la preeminencia misma de las Sagradas Escrituras. Añade que, “una de las señales características de la altura y superioridad de una religión es […] que posea «conceptos» y conocimientos –quiere decirse conocimientos de fe– de lo suprasensible” (Lo santo, 10). Pero igualmente aclara que esto no da razón de la amplitud ni totalidad de la idea de lo divino o las maneras en que lo experimentamos, pues más bien estos conceptos operan “como predicados atribuidos a un objeto que los recibe y sustenta, pero que no es comprendido por ellos ni puede serlo, sino que, por el contrario, ha de ser comprendido de otra manera distinta y peculiar” (Lo santo, 11). Concluye diciendo que cuanto más racional tales predicados y conceptos, tanto más inexhausta queda la idea de la divinidad. Más simple aun para los intereses que aquí se siguen, conviene señalar que todo esto discurre mientras refiere al cristianismo por contraste a lo que denomina como “otras formas y grados de religión” y a lo que podemos añadir, “otras formas y grados de la conducta religiosa”. Afirma Mircea Eliade que tal cosa como un hombre profano, que ha optado por una vida decididamente desacralizada, no existe en un estado puro. Y añade que, “Cualquiera que sea el grado de desacralización del Mundo al que haya llegado, el hombre que opta por una vida profana no logra abolir del todo el comportamiento religioso. Habremos de ver que incluso la existencia más desacralizada sigue conservando vestigios de una valoración religiosa del Mundo” (Lo sagrado, 27). El homo religiosus, mediante esa valoración del mundo, procura equiparse de mecanismos mediante los cuales poder asegurar su permanencia en lo sagrado pues en ello encuentra un mundo que está saturado de ser. Mantener esa comunión significa vivir en la potencia de una verdad que en lo natural no se muestra y su revelación le dota de una nueva realidad. En palabras de Eliade, “Potencia sagrada quiere decir a la vez realidad, perennidad y eficacia” (Lo sagrado, 20). Arquetipos Ya no deberá parecer tan extraño al lector el relato de aquel ritual dominical con que cada semana renovaba de energías el pacto que había hecho con mi amada y que les narraba al inicio de esta exposición. De hecho, volver a la imagen de la chimenea resultará de gran utilidad para explicar lo que al juicio parece ser uno de los principales elementos constitutivos y de mayor presencia en la conducta religiosa. Esto es la adopción de arquetipos; es decir, la adopción de patrones primordiales, perfectos y ejemplares que subyacen en la sique del sujeto, de los que derivan otros objetos, ideas y conceptos dignos de seguir precisamente por su carácter de eternos y perfectos; “perennes y eficaces”. El arquetipo es funcional por ser el modelo original digno de ser imitado en los momentos en que el ser humano cobra consciencia de su fragilidad o ante lo que Eliade, tanto como Otto, denominan como sentimiento de criatura; como el sentimiento de disolución frente a la potencia que está sobre todas las criaturas. Explica Otto que, ese sentimiento de criatura, distante de ser sentimiento de dependencia que da razón de mí; es decir, de una condición mía y propia de mi ser, opera más como un momento concomitante en el que solo por la experiencia de lo sagrado y numinoso, solo por referir a aquello que está fuera de mí, puede engendrar en el ánimo el sentimiento de criatura. ¿Pero cómo esto se traduce al espacio de las haciendas y centrales, que son nuestro objeto de análisis? Quisiera aquí valerme de una cita en el contexto de una publicación realizada por la Oficina Estatal de Conservación Histórica (SHPO, por sus siglas en ingles). La publicación lleva por título, Arqueología Industrial: homenaje al Dr. Luis Pumarada O’Neill, y que precisamente reseña el trabajo de Pumarada en torno a las hacienda y centrales. La cita a la que hago referencia es un fragmento de la novela Cold Harbour, de Francis Bret Young, utilizada como epígrafe de la sección dedicada a las haciendas cafetaleras y lee como sigue: “It was like a landscape of the end of the world, and, curiously enough, though men had built the chimneys and fired the furnaces that fed the smoke, you felt that the magnificent of the scene owed nothing to them. Its beauty was singularly inhuman and its terror –for it was terrible, you know– elemental”. A contraluz de estas líneas, solo quisiera invitar al lector a imaginar o representarse la sensación que pudiera imprimir en la sique de un peón de la central o hacienda cafetalera, poder mirar a la distancia y entre la vastedad de una pieza de caña o la densa inmensidad vegetal de la montaña divisar, potente, la presencia humeante de la chimenea. Imagínelo. Lo que acaba de experimentar nuestro peón imaginario constituye una experiencia con lo sagrado; una manifestación de lo numinoso. La manifestación de un axis mundi se revela en el imaginario de nuestro peón, dejando al descubierto la inmanencia del arquetipo que habita en la imagen de la chimenea. Un acto fundacional contenido en la tala y deshierbe persisten en la presencia de su estructura como testimonio de cuando el poblado le fue arrebatado al caos vegetal. De más está decir que aquí el arquetipo lo es la creación. La ruptura con la homogeneidad que se opera en el espacio constituye una experiencia primordial equiparable a una fundación del mundo. Instauración del cosmos, mito fundacional, así como un ritual de orientación convergen en una experiencia saturada de ser; esa saturación es lo numinoso. Dirá Mircea Eliade que, “La manifestación de lo sagrado fundamenta ontológicamente el Mundo. En la extensión homogénea e infinita, donde no hay posibilidad de hallar demarcación alguna, en la que no se puede efectuar ninguna orientación, la hierofanía revela un «punto fijo» absoluto, un «Centro»” (Lo sagrado, 26). En ese sentido pudiera resultar emblemático, por ejemplo, el concepto de central para denominar la etapa más desarrollada de un ingenio azucarero. Por otra parte, la proyección hacia el firmamento de una chimenea, instaura una suerte de “arriba como abajo”, “en la tierra como en el cielo”; un ziggurat que pone de manifiesto la unión y reciprocidad cósmica del espacio habitado como reflejo del espacio sagrado. Otros arquetipos pueden inferirse de los patrones del comportamiento del homo religiosus en espacios como las haciendas cafetaleras o centrales azucareras de antaño. Tal es el caso del tiempo sagrado. En estos espacios el ritmo de lo cotidiano está estrechamente ligado al pulso reiterativo de unas tareas evidentemente marcadas por los ciclos fértiles de la tierra y la actividad agrícola. Estas reiteraciones cargan en sí la tipología del tiempo sagrado que, por contraposición al tiempo profano, no responden a las nociones de agotamiento y consumo propias de las sociedades capitalistas (“time is money”). Contrario a la linealidad histórica, el concepto de duración e incluso al pensamiento teleológico cristiano, el tiempo sagrado presenta la capacidad de anular el tiempo histórico o más bien de renovar un tiempo primordial mediante rituales. La repetición de cualquier acto arquetípico transforma al hombre en arquetipo quien, a su vez, por medio de la imitación ritual de un tiempo mítico primordial, “es proyectado a la época mítica en que los arquetipos fueron revelados por vez primera” (El mito, 40-41). Observemos, por ejemplo, rituales como los de purificación como la zafra u ofrendas como el acabe. Evidentemente constituyen arquetipos en la medida en que hubo un sacrificio original mediante cuya repetición podemos expiar toda marca profana del mundo natural y hacernos partícipes del tiempo perfecto. En ese sentido todo ritual de limpieza y purificación mediante fuego u ofrendas de humo son arquetipos de remisión y comunión con la potencia divina. ¿El Paraíso? Mucho queda por decirse sobre estas dinámicas. Poder entender mejor, quizás, cómo se cruzan y cohabitan esos espacios con sus dialécticas dentro de las instancias espaciotemporales de haciendas cafetaleras e ingenios y centrales azucareras; otrora, sistemas predominantes del desarrollo social, político, económico y hasta espiritual de nuestro país, hoy vetustos monumentos ruinosos que el caos vegetal de la homogeneidad montañosa o la masa amorfa del desarrollo urbano reclaman aceleradamente. Necesario se hace poderlo entender pues constituyen dialécticas que como parte del desarrollo espiritual redundan en el desarrollo de la voluntad de un pueblo. Me preguntaba genuinamente al comienzo de esta exposición sobre el porqué de los afectos que en mí habían impreso aquella rutina dominical y la presencia de una chimenea. Y al igual que Eliade y Otto, pudiéramos dar razón de cómo un gran cúmulo de tradiciones propias a la manifestación del pensamiento mítico religioso de la humanidad son testimonio, como poco, de un comportamiento característico del conjunto humano. Como destaca Eliade, esto “Pone de relieve y delata una condición determinada del hombre en el cosmos que podríamos llamar ‘la nostalgia del paraíso’” (Tratado de historia, 343). Pero de igual forma, y precisamente, con nostalgia del paraíso nos referimos a algo mucho más complejo que establecer diagramas de poder sobre la geometría de la cuidad construyendo plazas fuertes, catedrales y ayuntamientos. Como bien identificaba Mircea Eliade, hablamos de ese “deseo de encontrarse siempre y sin esfuerzo en el corazón del mundo, de la realidad y de la sacralidad, y de manera abreviada, de rebasar de modo natural la condición humana y recobrar la condición divina, un cristiano diría: la condición de antes de la caída” (Tratado de historia, 343). Entender, por ejemplo, ese aspecto de la humanidad de un peón colector de café como condición existencial (desde y contrastado con la dureza de la faena, la desposesión y relación de total dependencia, la condición de subalternidad y probablemente sostenida por las más primitivas dinámicas de poder), aportaría atisbos más eficaces sobre y para la formación y el entendimiento de la voluntad de un pueblo. De igual forma, resultaría útil poder establecer la conexión de estas estructuras de pensamiento con sus equivalentes contemporáneos como el rol y efecto de la ciclicidad en nuestra cotidianidad política, académica, laboral y familiar desde su manifestación en las relaciones de poder hasta el simple papel que juega el lenguaje al denominar a un centro comercial como “el centro de todo”. Entender esto debería, como poco, ayudarnos a contestar sobre las razones y matices entre aquel sentimiento de criatura y el sentimiento de dependencia. Solo así podremos dar razones de cómo y por qué, a pesar de todo, nuestra gente sigue viendo con nostalgia los espacios “Donde el […] pobre ha sufrido los horrores de la peonada, / bajo el machete del mayoral y la libreta de jornada”. Referencias Arqueología Industrial: homenaje a Luis Pumarada O’Neill (2014). Oficina Estatal de Conservación Histórica. Estado Libre Asociado de Puerto Rico. Eliade, Mircea. El mito del eterno retorno: Arquetipos y repetición (1982). Alianza Editorial/Emecé Editores: Madrid/Buenos Aires. _____. Lo sagrado y lo profano (1979). Guadarama/Punto Omega: Barcelona, España. _____. Tratado de historia de las religiones (1986). Ediciones Era/Biblioteca Era: México, D.F. Otto, Rudolf. Lo santo: Lo racional y lo irracional en la idea de Dios (1998). Alianza Editorial: Madrid, España. Página Web Biografía de las Riquezas de Puerto Rico - www.biografiadelasriquezaspr.weebly.com Imágenes -Pág. 76, Antigua chimenea de la Central Fortuna de Ponce. -Pág. 77, Vista interior de la chimenea en la Hacienda Grande de Naguabo. -Pág. 78, Columnas interiores del trapiche de dos niveles en la Hacienda Santa Elena de Toa Baja. -Pág. 79, Casa grande y beneficiado de café de la Hacienda la Arbela en Yauco. -Pág. 80, Chimenea de la Central San Francisco de Guayanilla. -Pág. 81, Casa grande de la Hacienda Santa María de la familia Natali en Maricao. Nota: Este artículo fue publicado en: EXÉGESIS: Revista de la Universidad de Puerto Rico en Humacao (2019), Núm. 1, Año 31, págs. 76-82. Las imágenes son obra original y propiedad privada de la colección del autor. No hay motivo ni razón para amotetarse en casa este fin de semana largo. Mucho menos se eres cafetero. Nos vemos en Maricao
LA REALIDAD DE NUESTRA INDUSTRIA CAFETALERA "Hoy en día, la produccíon local solo atiende el 6% de la demanda total de café en Puerto Rico. El DA, a través de su Programa de Compraventa de Café, importa el 94% restante de la demanda".
Ya para el 1858 Tomás Pietri Mariani se encontraba establecido en Adjuntas como el propietario de la Hacienda La Esperanza en el Bo. Guilarte, y otras fincas junto a su hermano Antonio Santiago. Ambos naturales de Rogliano, Córsega, fueron motivados para venir a Puerto Rico por su tío materno, Domingo Mariani Dominicci, dueño de la Hacienda Santa Clara, y en muy poco tiempo se convirtieron en los terratenientes de mayor poder en Adjuntas. Refiriéndose a los Hermanos Pietri, comenta el Prof. Carlos Buitrago Ortiz que, para el 1894 “dos miembros de la Familia Pietri controlaban por lo menos 1,817 acres de cafetales”. Esto es un total de 1926.44 cuerdas. Tomás Pietri contaba con una gran hacienda cuya extensión para 1896 se calcula en las 1,031 cuerdas producto de la adquisición mediante compra y anexión de terrenos entregados en pago por deudas a razón de préstamos de refacción. Posteriormente, Santiago venderá su parte de la sociedad a Tomás alcanzando así una extensión poco mayor a las 2,000 cuerdas. Según el Prof. Buitrago, para el “11 de abril de 1880 había 37 trabajadores empleados en la Hacienda”, sólo para la recolección de café; lo que pudiera darnos una idea de la producción que se generaba en la misma. El poder de esta familia fue tal que tanto Domingo Mariani como Tomás Pietri figuran como fundadores de bancos contándose el Banco de Crédito y Ahorro Ponceño como uno de ellos. Explica Gilberto Nazario Pietri que su abuelo, José Manuel “Memé” Pietri, fue de los primeros en alcanzar el Grado 33 de la Masonería y que, “El edificio donde está la Logia en Adjuntas fue diseñado y supervisada la construcción por mi abuelo y se dono el edificio. Un hermano de mi abuelo diseño y reconstruyo la Plaza. Y pavimento la calle con su “bolsillo”… Era visionario y las calles de la Plaza son Mega Anchas pensando en el Futuro”. Esta relación Mariani-Pietri influyó grandemente en el crecimiento y consolidación de la Hacienda la Esperanza dado que sus miembros operaban como socios en muchos de los aspectos concernientes a la economía cafetalera, la actividad comercial y mercantil. Don Domingo Mariani, además de ser un poderosísimo hacendado, se había establecido como comerciante en Yauco y conservaba buenas relaciones de negocio con casas comerciales con las que sirvió de intermediario para sus sobrinos. Así, posteriormente vemos a Tomás y Santiago, quien también establece su casa de comercio en Yauco, entrar directamente como comerciantes de importación y exportación creando relaciones con casas de comercio locales, en la Habana, Nueva York y Europa. Pero no solo se limitaron a la actividad cafetalera. Comenta el Dr. Ovidio Dávila que durante las primeras décadas del siglo XX, la sociedad había ampliado sus actividades agrícolas y mercantiles. Se sembraba caña de azúcar que era molida en la Central Pellejas en Adjuntas, producían miel de abejas, cítricos y otros frutos menores. Por otra parte, mediante la conversación que sostuvo este servidor con el Sr. Gilberto Francisco Nazario Pietri, bisnieto de Francisco Tomas Pietri Mariani (“Papita”), éste destacó que Adjuntas fue el mayor exportador de cidra durante la Segunda Guerra Mundial. Europa había dejado de cultivar cidra por no ser una prioridad dentro del contexto de la crisis alimentaria por la que pasaban. Así todos los cultivos de Adjuntas fueron destinados para exportación y la Hacienda la enviaba a Europa en pipas de madera para su proceso final. Añade también que, “Se producían muchas cosas más, como miel de abeja, cera para velas e incluso hostias para las iglesias de la zona”. Francisco Tomás Pietri Mariani fallece en agosto de 1918, a los 82 años, quedando su hijo José Manuel “Meme” Pietri como administrador de la Hacienda bajo la firma de “Hijos de Tomás Pietri”. Lamentablemente La Esperanza, nombre que también lleva la hija mayor de Francisco Tomás Pietri, fue quemada en el 1956. Comenta Gilberto Nazario Pietri sobre su señora madre, Doña Carmen Noemi Pietri Bosch (fallecida el 8 de julio de 2016) que: "Mami tenia entre 10 a 11 años de edad cuando se quemó la Hacienda. Porque yo nací en el 1966 y Mami tenia 21 años". Y añade: “Todos eran José… José Tomas, José Orlando, José Francisco, José Manuel 'Memé', José Santiago 'Chago', José Antonio, José Ignacio, etc. 'Papita' tuvo 23 hijos; a adultos llegaron 21. Todos de un solo matrimonio. Hubo uno que se llamó José María y una que se llamó Maria José, desconozco porqué tanto “José”. Muchos estudiaron en ‘Le Sorbonne’, Francia, pero siempre regresaron a la Hacienda”. Referencias: Carlos Buitrago Ortiz -Los orígenes históricos de la sociedad precapitalista en Puerto Rico (1976). Ediciones Huracán. Río Piedras, PR. -Haciendas cafetaleras y clases terratenientes en el Puerto Rico decimonónico (1982). Editorial de la Universidad de Puerto Rico. Río Piedras, PR. Ovidio Dávila -Monedas de Antiguas Haciendas y Fincas Agrícolas de Puerto Rico (https://www.facebook.com/rilesptorico). Gilberto Nazario Pietri -Bisnieto de Francisco Tomás Pietri Mariani, nieto de José Manuel Pietri Ruiz, hijo de Doña Carmen Noemi Pietri Bosch. Entrevista. |
J.D. Capiello-OrtizProfesor, editor, investigador y escritor premiado por el PEN Club de Puerto Rico además de coleccionista por casi 30 años. Miembro activo de la Sociedad Numismática de Puerto Rico (SNPR #1220) y ex-director del Programa de Promoción Cultural y Artes Populares del Instituto de Cultura Puertorri-queña. CERTIFICACIÓN
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