| It seems, in fact, that the more advanced a society is, the greater will be its interest in ruined things, for it will see in them a redemptively sobering reminder of the fragility of its own achievements. Ruins pose a direct challenge to our concern with power and rank, with bustle and fame. They puncture the inflated folly of our exhaustive and frenetic pursuit of wealth. The Pleasures and Sorrows of Work - Alain de Botton |
Durante tres años viajé con frecuencia dominical a la casa de quien ahora es mi esposa. Cada domingo, cercano al mediodía, salía de mi apartamento en Río Piedras con dirección hacia el barrio La Central en Canóvanas. La 65 de Infantería no se distingue por ser una carretera de gran atractivo para quien viaja con el interés de recrearse la vista. Desde el antiguo puente de piedra en el sector El Cinco (frente al Jardín Botánico de la UPR, en Río Piedras), hasta el magnífico puente sobre el Río Grande de Loíza, no había mucho que mirar salvo por una inmensa chimenea que se levantaba solitaria por sobre todos los almacenes del Parque Industrial Victoria, frente a la entrada al pueblo de Carolina. Llegar a esa intersección de la PR #3 era llegar a un punto de referencia necesario sin importar qué tan clara tuviese en mi mente la ruta que por tres años había recorrido. Ese espacio se había tornado en un estadio de afectos a tal punto que cobraba los visos de un ritual poblador de sentido para aquellas mañanas. La estructura, para muchos, simplemente era la chimenea de una antigua central azucarera que había cesado operaciones; pero para mí era signo de ir en la dirección correcta, era la mitad del camino, el círculo que cerraba, la reiteración de una promesa, la restauración de un pacto; era el centro.
Así fue hasta que la mañana del domingo, 13 de noviembre del 2011, noté que algo no estaba bien; algo era incorrecto. Esa mañana el paisaje se percibía como un hueco en la memoria; como una película a la que se le ha quitado la música de fondo y de pronto perdiera el soporte que le servía de andamio. La chimenea había sido derribada el mediodía del sábado, 12 de noviembre, y con ella los últimos vestigios de un recinto que en otros tiempos remitía a los ciclos fértiles de la tierra, al olor de las mieles y a las humaredas elevadas como ofrenda al cielo por aquel industrial incensario. Con la caída de la chimenea de pronto entraba a una linealidad temporal que anulaba las posibilidades de aquella dominical vuelta renovadora. Su ausencia me asaltaba con la sensación de lo irremediable. El pacto quedaba quebrantado; la promesa rota.
Descubrí que se trataba de la chimenea de la antigua Central Victoria y que había sido originalmente fundada como la Hacienda Aurora, famosa por haber sido plasmada en lienzo a través del pincel de Francisco Oller. Supe que perteneció a la Sucesión de José Saldaña y luego a Manuel Saldaña; que posterior a marzo de 1887 pasó a moler cañas con el nombre de la Central Progreso, establecida por los Sres. Lamb & Co. bajo administración de Manuel J. Saldaña, quien había vendido 15 cuerdas de la antigua finca de la Hacienda Aurora para que en ellas se construyera la nueva fábrica. Al morir Saldaña, esta pasó a manos de Finley, Mayrn & Armstrong, un grupo de socios a los que luego los Hnos. Finley compran su parte para finalmente fundar la Central Victoria a partir de 1921. Así fue como di con la razón de un nombre cuyo origen se encuentra en el hecho de que, ya para finales de siglo XIX, la central había adquirido la totalidad de los terrenos de una hacienda llamada Victoria que contaba con 620 cuerdas. Y, aun así, toda esa información no alcanzaba explicar ni los afectos, ni los efectos; mucho menos la quiebra de sentido. Aquella historia, por decirlo así, no era mía.
Hay en nosotros una necesidad primordial estrechamente ligada a nuestra condición humana, ligada a nuestra situación de ser y estar, a nuestra condición existencial: esa es la necesidad de historiarnos; ubicarnos en el mundo (y hasta cierto punto transcenderlo). Pero no cualquier mundo dado que no hay concepto viable de mundo en nosotros si no es atado al concepto de orden, es decir: ubicarnos en un mundo cosmizado. Entonces, algo mítico opera en el instante en que esa necesidad primordial se manifiesta y quedamos en medio de un estado de apertura al mundo. Todo se hace comunicante. El mundo natural entra en un proceso de ordenamiento significante del cual nos hacemos partícipes y tanto nuestra forma de actuar, así como la manera en que formamos parte de ese mundo, se ven transformadas. Participamos de una experiencia religiosa en el sentido más esencial de la palabra. Lo cotidiano pierde de pronto su carácter homogéneo quebrándose así una membrana contensora de sentidos sedimentados por la costumbre y la rutina.
Ahora bien, dicho como tal: en términos tales como lo sagrado y el hombre religioso, en este punto pudiera provocar a gran parte de quienes siguen la lectura a pensarse distantes, cuando no excluidos, de semejantes dinámicas o patrones de comportamiento generalmente atribuidos al hombre primitivo. Por otra parte, quien con más optimismo se acerque a este fenómeno dentro del occidente moderno, pudiera confundir lo religioso en cuanto forma de vida y visión de mundo con un cristianismo incipiente. Y aunque con justicia, igualmente justo y necesario se hace señalar la tendencia a un equívoco ya identificado por Rudolf Otto en su libro, Lo santo: Lo racional y lo irracional en la idea de Dios.
Explica Otto que, para el cristianismo, solo “es posible la fe como convicción en conceptos claros, opuesta al mero sentimiento” (Lo santo, 10). De manera que, “sobre otras formas y grados de religión”, es muy característico del cristianismo mostrar un acervo de conceptos que usa en su lenguaje religioso, accesibles al pensamiento, al análisis y aun a la definición, así como su tono pedagógico en los sermones y la preeminencia misma de las Sagradas Escrituras. Añade que, “una de las señales características de la altura y superioridad de una religión es […] que posea «conceptos» y conocimientos –quiere decirse conocimientos de fe– de lo suprasensible” (Lo santo, 10). Pero igualmente aclara que esto no da razón de la amplitud ni totalidad de la idea de lo divino o las maneras en que lo experimentamos, pues más bien estos conceptos operan “como predicados atribuidos a un objeto que los recibe y sustenta, pero que no es comprendido por ellos ni puede serlo, sino que, por el contrario, ha de ser comprendido de otra manera distinta y peculiar” (Lo santo, 11). Concluye diciendo que cuanto más racional tales predicados y conceptos, tanto más inexhausta queda la idea de la divinidad. Más simple aun para los intereses que aquí se siguen, conviene señalar que todo esto discurre mientras refiere al cristianismo por contraste a lo que denomina como “otras formas y grados de religión” y a lo que podemos añadir, “otras formas y grados de la conducta religiosa”.
Arquetipos
Ya no deberá parecer tan extraño al lector el relato de aquel ritual dominical con que cada semana renovaba de energías el pacto que había hecho con mi amada y que les narraba al inicio de esta exposición. De hecho, volver a la imagen de la chimenea resultará de gran utilidad para explicar lo que al juicio parece ser uno de los principales elementos constitutivos y de mayor presencia en la conducta religiosa. Esto es la adopción de arquetipos; es decir, la adopción de patrones primordiales, perfectos y ejemplares que subyacen en la sique del sujeto, de los que derivan otros objetos, ideas y conceptos dignos de seguir precisamente por su carácter de eternos y perfectos; “perennes y eficaces”. El arquetipo es funcional por ser el modelo original digno de ser imitado en los momentos en que el ser humano cobra consciencia de su fragilidad o ante lo que Eliade, tanto como Otto, denominan como sentimiento de criatura; como el sentimiento de disolución frente a la potencia que está sobre todas las criaturas. Explica Otto que, ese sentimiento de criatura, distante de ser sentimiento de dependencia que da razón de mí; es decir, de una condición mía y propia de mi ser, opera más como un momento concomitante en el que solo por la experiencia de lo sagrado y numinoso, solo por referir a aquello que está fuera de mí, puede engendrar en el ánimo el sentimiento de criatura.
¿Pero cómo esto se traduce al espacio de las haciendas y centrales, que son nuestro objeto de análisis? Quisiera aquí valerme de una cita en el contexto de una publicación realizada por la Oficina Estatal de Conservación Histórica (SHPO, por sus siglas en ingles). La publicación lleva por título, Arqueología Industrial: homenaje al Dr. Luis Pumarada O’Neill, y que precisamente reseña el trabajo de Pumarada en torno a las hacienda y centrales. La cita a la que hago referencia es un fragmento de la novela Cold Harbour, de Francis Bret Young, utilizada como epígrafe de la sección dedicada a las haciendas cafetaleras y lee como sigue: “It was like a landscape of the end of the world, and, curiously enough, though men had built the chimneys and fired the furnaces that fed the smoke, you felt that the magnificent of the scene owed nothing to them. Its beauty was singularly inhuman and its terror –for it was terrible, you know– elemental”.
Otros arquetipos pueden inferirse de los patrones del comportamiento del homo religiosus en espacios como las haciendas cafetaleras o centrales azucareras de antaño. Tal es el caso del tiempo sagrado. En estos espacios el ritmo de lo cotidiano está estrechamente ligado al pulso reiterativo de unas tareas evidentemente marcadas por los ciclos fértiles de la tierra y la actividad agrícola. Estas reiteraciones cargan en sí la tipología del tiempo sagrado que, por contraposición al tiempo profano, no responden a las nociones de agotamiento y consumo propias de las sociedades capitalistas (“time is money”). Contrario a la linealidad histórica, el concepto de duración e incluso al pensamiento teleológico cristiano, el tiempo sagrado presenta la capacidad de anular el tiempo histórico o más bien de renovar un tiempo primordial mediante rituales. La repetición de cualquier acto arquetípico transforma al hombre en arquetipo quien, a su vez, por medio de la imitación ritual de un tiempo mítico primordial, “es proyectado a la época mítica en que los arquetipos fueron revelados por vez primera” (El mito, 40-41). Observemos, por ejemplo, rituales como los de purificación como la zafra u ofrendas como el acabe. Evidentemente constituyen arquetipos en la medida en que hubo un sacrificio original mediante cuya repetición podemos expiar toda marca profana del mundo natural y hacernos partícipes del tiempo perfecto. En ese sentido todo ritual de limpieza y purificación mediante fuego u ofrendas de humo son arquetipos de remisión y comunión con la potencia divina.
Mucho queda por decirse sobre estas dinámicas. Poder entender mejor, quizás, cómo se cruzan y cohabitan esos espacios con sus dialécticas dentro de las instancias espaciotemporales de haciendas cafetaleras e ingenios y centrales azucareras; otrora, sistemas predominantes del desarrollo social, político, económico y hasta espiritual de nuestro país, hoy vetustos monumentos ruinosos que el caos vegetal de la homogeneidad montañosa o la masa amorfa del desarrollo urbano reclaman aceleradamente. Necesario se hace poderlo entender pues constituyen dialécticas que como parte del desarrollo espiritual redundan en el desarrollo de la voluntad de un pueblo. Me preguntaba genuinamente al comienzo de esta exposición sobre el porqué de los afectos que en mí habían impreso aquella rutina dominical y la presencia de una chimenea. Y al igual que Eliade y Otto, pudiéramos dar razón de cómo un gran cúmulo de tradiciones propias a la manifestación del pensamiento mítico religioso de la humanidad son testimonio, como poco, de un comportamiento característico del conjunto humano. Como destaca Eliade, esto “Pone de relieve y delata una condición determinada del hombre en el cosmos que podríamos llamar ‘la nostalgia del paraíso’” (Tratado de historia, 343).
Pero de igual forma, y precisamente, con nostalgia del paraíso nos referimos a algo mucho más complejo que establecer diagramas de poder sobre la geometría de la cuidad construyendo plazas fuertes, catedrales y ayuntamientos. Como bien identificaba Mircea Eliade, hablamos de ese “deseo de encontrarse siempre y sin esfuerzo en el corazón del mundo, de la realidad y de la sacralidad, y de manera abreviada, de rebasar de modo natural la condición humana y recobrar la condición divina, un cristiano diría: la condición de antes de la caída” (Tratado de historia, 343).
Entender, por ejemplo, ese aspecto de la humanidad de un peón colector de café como condición existencial (desde y contrastado con la dureza de la faena, la desposesión y relación de total dependencia, la condición de subalternidad y probablemente sostenida por las más primitivas dinámicas de poder), aportaría atisbos más eficaces sobre y para la formación y el entendimiento de la voluntad de un pueblo. De igual forma, resultaría útil poder establecer la conexión de estas estructuras de pensamiento con sus equivalentes contemporáneos como el rol y efecto de la ciclicidad en nuestra cotidianidad política, académica, laboral y familiar desde su manifestación en las relaciones de poder hasta el simple papel que juega el lenguaje al denominar a un centro comercial como “el centro de todo”. Entender esto debería, como poco, ayudarnos a contestar sobre las razones y matices entre aquel sentimiento de criatura y el sentimiento de dependencia. Solo así podremos dar razones de cómo y por qué, a pesar de todo, nuestra gente sigue viendo con nostalgia los espacios “Donde el […] pobre ha sufrido los horrores de la peonada, / bajo el machete del mayoral y la libreta de jornada”.
Referencias
Arqueología Industrial: homenaje a Luis Pumarada O’Neill (2014). Oficina Estatal de Conservación Histórica. Estado Libre Asociado de Puerto Rico.
Eliade, Mircea. El mito del eterno retorno: Arquetipos y repetición (1982). Alianza Editorial/Emecé Editores: Madrid/Buenos Aires.
_____. Lo sagrado y lo profano (1979). Guadarama/Punto Omega: Barcelona, España.
_____. Tratado de historia de las religiones (1986). Ediciones Era/Biblioteca Era: México, D.F.
Otto, Rudolf. Lo santo: Lo racional y lo irracional en la idea de Dios (1998). Alianza Editorial: Madrid, España.
Página Web
Biografía de las Riquezas de Puerto Rico - www.biografiadelasriquezaspr.weebly.com
Imágenes
-Pág. 76, Antigua chimenea de la Central Fortuna de Ponce.
-Pág. 77, Vista interior de la chimenea en la Hacienda Grande de Naguabo.
-Pág. 78, Columnas interiores del trapiche de dos niveles en la Hacienda Santa Elena de Toa Baja.
-Pág. 79, Casa grande y beneficiado de café de la Hacienda la Arbela en Yauco.
-Pág. 80, Chimenea de la Central San Francisco de Guayanilla.
-Pág. 81, Casa grande de la Hacienda Santa María de la familia Natali en Maricao.
Nota: Este artículo fue publicado en: EXÉGESIS: Revista de la Universidad de Puerto Rico en Humacao (2019), Núm. 1, Año 31, págs. 76-82. Las imágenes son obra original y propiedad privada de la colección del autor.