El molino de Vives, parcialmente oculto a la vista ahora con su construcción que busca hacerlo un centro de turismo activo y el de la Hacienda de la Carlota, el primer molino que ven quienes llegan por el este y que por años quedó en el olvido, junto con la chimenea que se mantiene en buen estado a pesar de que lleva una placa que indica que se construyó en 1909.
El molino de la Carlota, sin embargo, sucumbió finalmente a la inacción y prácticamente la mitad del mismo se derrumbó y provocó lágrimas en más de un guayamés, principalmente entre aquellos que residían cerca del mismo. “Nos da una pena grandísima ver como se ha deshecho una cosa que hasta con un binocular uno ve el año en que fue hecho y todo y las condiciones bien deplorables que está” dijo Aixa de Lugo, quien vive muy cerca del molino. “Nos quitan algo tan propio de nosotros” agregó.
“Ay bendito. Esto ha sido un desastre” comentó por su parte la Sra. Ana María Ramírez. “Ha sido una cosa terrible, nosotros vivimos aquí desde que empezó la urbanización hace cuarentipico de años… queremos a Guayama. Esto ha sido un dolor muy grande la destrucción de este molino. Mi opinión es que se pudo haber evitado porque se ha trabajado mucho para la conservación de este molino pero no hemos tenido respuesta de nadie… Guayama ha perdido uno de sus monumentos históricos” lamentó al opinar que se debería reconstruir.
Los vecinos de la conjunta urbanización Vistamar intentaron durante muchos años que tanto el gobierno estatal como el municipal se interesaran por preservar lo que era uno de los monumentos propios de Guayama pero no tuvieron éxito. Incluso intentaron hacerlo por la vía legal pero, estando en terrenos privados, no pudieron convencer a las autoridades sobre el valor del mismo. En aquel momento, Judith Urgell de Sosa, vecina del sector planteó ante un juez acerca del riesgo de derrumbe por el abandono de la facilidad. Se visitó el lugar y se limpió el terreno en aquel momento mientras se citó al Municipio de Guayama. Apuntó que se llamaría al Instituto de Cultura Puertorriqueña (ICP) para que se hiciera cargo del monumento y lo reforzara antes que el ramaje acabe con destruirlo.
Para la siguiente vista fue otra jueza la que atendió el caso y ante ella un representante de la Oficina de Preservación Histórica del ICP “dijo que eso no era ningún monumento histórico”. La jueza ignoró los argumentos de los vecinos y según planteó, los maltrató. Apuntó que al ser terrenos privados, no le correspondía al Gobierno hacer ninguna limpieza. “Se miraban, se mofaban y se reían la de Preservación Histórica con la abogada del Municipio (durante la anterior administración municipal), la señora (Amarys) Coya” dijo al mencionar que se les intentó evitar que cerraran la urbanización pero los vecinos tenían todos los permisos al día. La jueza entonces despachó la situación como que no había caso.
Sosa recalcó sin embargo que al existir una servidumbre de paso histórica al sector, le corresponde también al Municipio la responsabilidad de los cuidados de esa facilidad. “Aunque no se está usando ahora, eso continúa teniendo una servidumbre de paso” expresó entonces la residente.
Sosa indicó tras el derrumbe, que había intentado también que la ayudaran el alcalde Eduardo Cintrón y el representante Luis “Narmito” Ortiz pero no se logró más ayuda. “Me han llamado personas llorando” mencionó la ciudadana que agregó que se debe salvar la chimenea
Tampoco lograron que el Instituto de Cultura Puertorriqueña (ICP) le diera mayor importancia ni lo declarara como una estructura histórica para protegerla. Según varios ciudadanos, una intervención oportuna hubiese permitido utilizar recursos de la Guardia Nacional y otras agencias para apuntalarlo.
Hace unas semanas apenas, el Regional visitó el lugar y reportó sobre sus malas condiciones y la posibilidad de que se derrumbara en cualquier momento por las grietas visibles que la maleza provocaba en su interior y alrededores. Residentes afirmaron que alguien recientemente quemó el terreno en lugar de podarlo y esto pudo haber rematado el cimiento del molino.
Lo cierto es que por ahora, solo la mitad del mismo se mantiene en pie, en el mismo lugar donde salta a la vista cómo parte de Guayama se ha perdido para siempre, a menos que sea reconstruido, lo que no se ve como posible por el momento.
UN POCO DE HISTORIA
Para el año 1860 la hacienda Carlota era una de las más productivas de Guayama. Era parte del barrio Machete que contaba con su propia central azucarera y comenzó con 741 cuerdas. Casi la mitad del barrio correspondía a esa hacienda.
El 24 de septiembre de 1883, en el pueblo de Guayama, falleció el propietario Wenceslau Lugo Viña, dejando como sus únicos herederos a su esposa doña Eugenia Dausó y Marguet y a sus hijos. En 1887 esta sucesión era la principal contribuyente en el sector agrícola de Guayama. Ya para la década de los 70 del siglo diecinueve muchas haciendas azucareras fueron abandonadas y vendidas pero la Carlota sobrevivió. En 1888 comenzaron sus herederos a hipotecar su participación. Se endeudaron tanto que al final la perdieron. El 5 de enero de 1891 el Tesoro llevó el crédito a pública subasta y pasó al único licitador, don Ignacio Díaz Joglar. Se mantuvo activa un tiempo pero pasó la mayor parte del siglo XX viendo desarrollar su entorno a uno de tipo urbano y quedando únicamente el molino, su chimenea y pequeñas estructuras como testigos de lo que fue una vez.